


El publicitado paso por Santiago y Valparaíso del “Bus de la Libertad”, centrado en atacar el proyecto de ley de identidad de género, las iniciativas públicas de educación sexual y la despenalización del aborto, ha sido un evento más en la campaña global que ha desplegado el grupo de lobby ultraconservador CitizenGO en distintos países, tanto en Europa, América Latina y Estados Unidos. CitizenGO es la prolongación internacional de una organización del mismo carácter llamada HazteOir, constituida originariamente en España, y que se transformó en un lobby internacional en 2013, diluyendo su marca original en esta nueva identidad, buscando llegar a una audiencia mundial.
HazteOir fue fundado en 2001 por Ignacio Arsuaga, un activista ultraconservador muy cercano al ex presidente español José María Aznar y pariente del exvicepresidente Rodrigo Rato, hoy condenado por corrupción. El mayor despliegue de este lobby se logró en oposición a las reformas del ex presidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero en materia de aborto y legalización del matrimonio homosexual entre 2004 y 2011. Junto a la protección e impulso del Partido Popular (PP), HazteOir también logró cobijo entre sectores de la Iglesia Católica española, imbricados políticamente con el PP, y otros con grupos de derecha aún más radicales, como el partido VOX liderado por Santiago Abascal.
HazteOir y CitizenGO han sido experimentos exitosos de acuerdo sus objetivos, en varios aspectos: han logrado posicionarse bajo una imagen de organización “ciudadana”, ubicándose en un campo de demandas sociales que se movilizan en un sentido diametralmente contrario al que impulsan. Han logrado canalizar al “conservadurismo sociológico” de la sociedad española, tensionando al Partido Popular para asumir su agenda bajo amenaza de boicot electoral. Y le ha dado un paraguas no eclesial a los sectores más integristas de la Iglesia Católica en este debate. De esa forma han jugado un rol de bypass político, movilizando a los ultraconservadores sin necesidad de que sus posturas logren consenso en el seno del PP o de la jerarquía católica. HazteOir y CitizenGO no aparecen como una institución partidista ni eclesial, sino como una asociación de activismo. En sus convocatorias los sectores más conservadores del PP y del catolicismo encuentran amplia acogida y protagonismo, si lo desean.
El despliegue de este grupo no ha hecho distinción entre los diferentes sectores con los cuales ha tejido alianzas: por supuesto ha contado con el apoyo del entonces cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid y todo el espectro de movimientos eclesiales ultraconservadores, como los neocatecumenales, el Opus Dei y los Legionarios de Cristo. Pero HazteOir y CitizenGO nunca argumentan en un sentido estrictamente religioso. Aunque participen de misas masivas o actividades eclesiásticas, su discurso es formalmente “laico” y “legalista” ya que se basa en una defensa genérica de la “familia tradicional” bajo un enfoque esencialista e iusnaturalista en su versión más atávica y convencional.
Por este motivo, han logrado articular a distintas vertientes de la derecha conservadora que no siempre se avienen bien: católicos integristas, evangélicos fundamentalistas, conservadores “identitarios” de matriz neofascista, y otros grupos más difíciles de definir, ligados al Tea Party norteamericano, el movimiento de republicanos más entusiastas de Donald Trump. Pero varios investigadores afirman que el núcleo de apoyo político clave y financiero de este lobby es una sociedad secreta de origen mexicano llamada “El Yunque”, de larga historia en ese país y que ha buscado proyectarse internacionalmente.
Una derecha “gramciana”
En Chile las intervenciones de El Yunque mexicano han empezado a ser cada vez más habituales. Su modus operandi es el uso de distintas fachadas legales e institucionales. La más conocida ha sido la denominada “Academia de líderes católicos”, iniciada por Rodrigo Donoso y José Antonio Rosas, reconocidos “exmilitantes” de esta asociación secreta. Un exalumno de esta Academia es el polemista de ultraderecha Henry Boys, quién dio el discurso de cierre de esta escuela en 2012, frente al cardenal Ricardo Ezzati.
Este tipo de espacios de formación es claramente confesional, y logra el aval de la jerarquía católica ya que se instala como una “oferta gratuita” de un grupo desinteresado de católicos deseosos de contribuir con la Iglesia. Este proceso, generosamente financiado por empresarios anónimos, y con amplia cobertura en los medios de prensa de la derecha, engancha a una parte del clero.
Pero El Yunque no es sólo una escuela de formación política de la ultraderecha religiosa. Es ante todo un núcleo internacional con proyecto político estratégico, a largo plazo. En nuestro contexto es muy clara su vinculación con la candidatura presidencial de José Antonio Kast, que no busca un triunfo electoral directo, sino tensionar el arco político hacia temas “políticamente incorrectos” desde el sentido común actual. Así postula la existencia de una “dictadura gay” que gobierna Chile en la sombra, la militarización como respuesta al “terrorismo mapuche”, derogar completamente la Ley de inclusión escolar porque sería “un atentado a la clase media», etc.
Los grupos de lobby como CitizenGO tienen esa misma vocación: correr el cerco comunicacional en el ámbito cultural. Para eso tratan de infiltrar las instituciones educativas, y los espacios de construcción de opinión pública con el propósito de legitimar el mensaje de la discriminación y la intolerancia, bajo el marco de la defensa de la libertad de expresión. Paradójicamente, CitizenGO promueve todo lo contrario, organizado campañas de acoso furibundo, como la que generó contra la tienda El Corte Inglés, que en 2016 mostró una imagen de una familia homoparental dentro de un spot televisivo.
En este ámbito se mueven de manera muy estudiada, en el delgado límite que va entre el derecho a la libre opinión y la incitación al odio, en especial a colectivos sociales vulnerables: gays, lesbianas, mujeres, y ahora niños transexuales. Un caso recurrente es propiciar conferencias para «sanar» la homosexualidad, o boicotear programas de televisión donde se aborden discusiones sobre estos temas, o difamando a organismos internacionales como Unicef cuando tratan de adaptar sus mandatos a los criterios de no discriminación por orientación sexual.
El “Bus de la Libertad” es un dispositivo más en este verdadero sistema integrado de comunicación política. Su diagnóstico radica en que el conservadurismo ha perdido su hegemonía cultural a nivel global. Para eso asumen cierta lógica donde su discurso no se agota en “lo que dice”, sino que va más allá, desvelando o encubriendo intereses y posiciones ya existentes y constituidas en el ámbito social y económico. Para eso tratan de disputar el sentido de los procesos políticos, en un escenario de guerra de posiciones, donde ceder un milímetro tiene enormes consecuencias a largo plazo. De allí que su interés radique en transformar el significado de los conceptos clave que desean disputar.
La invención de la “ideología de género”
El ejemplo más acabado de este proceso de guerra de posiciones ideológicas que ha desarrollado El Yunque, por medio de sus organizaciones de fachada, es la controversia por la llamada “ideología de género”. Como se sabe en las últimas décadas las universidades han institucionalizado los estudios de género como un campo académico transversal, que propone un enfoque aplicable a distintas disciplinas, y que tiene grandes consecuencias en las políticas públicas. Es el efecto de la ya clásica constatación de Simone de Beauvoir en “El segundo sexo”, respecto a que “no se nace mujer, se llega a serlo”. Lo masculino y lo femenino, por lo tanto, no derivan de una simple constatación biológica, sino que son un producto cultural definido normativamente desde posiciones de poder.
Esta afirmación conceptual, ampliamente aceptada e institucionalizada, tanto en la academia como en los organismos estatales y supraestatales, es la que es acusada por El Yunque y sus organizaciones de fachada como “ideológica”, en el sentido “marxista” de la palabra, es decir, como conciencia falsa, invertida o deformada. En la guerra de posiciones ideológicas, la derecha gramsciana intenta un juego audaz, planteando que desde Simone de Beauvoir toda la sociedad occidental y sus instituciones ha caído en una “cámara oscura” que le impide reconocer la realidad. De vuelta al Marx de “La Ideología Alemana” parecen decir: “La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real. Y si en toda la ideología los hombres y sus relaciones aparecen invertidas como en una cámara oscura, este fenómeno responde a su proceso histórico de vida”.
Inmersos en la “cámara oscura” de la “ideología de género” las relaciones “naturales” entre los sexos aparecerían hoy en día “invertidos”, debido a un a proceso histórico “perverso”, que rompe con el “proceso de vida real” que radica en la hétero-normatividad patriarcal. Todo intento de salir de esta constatación “material-biológica”, es una afirmación ideológica, y por lo tanto, no puede tener estatus académico, ni legitimidad político-normativa.
Por supuesto, la consecuencia política de esta idea es que todos los que no han “caído” en la “alienación” de la “ideología de género” deben impedir la universalización y naturalización de las relaciones sociales y culturales vigentes bajo este marco “ideológico”, destruyendo las condiciones que le permiten reproducir sus formas de producción y reproducción. Esta tarea política “anti-ideológica” antecede a la toma del poder, ya que implica crear las condiciones de posibilidad de un cambio no sólo en la administración del Estado, sino ante todo en la hegemonía en la conciencia de los individuos.
Este, y no otro, es el objetivo que busca esta nueva “derecha gramsciana”, que ya ha llegado hasta nosotros.
* El autor, Álvaro Ramis Olivos, es teólogo, doctor en Filosofía, actual rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano y miembro el directorio de Kairós News.