Hace algunos días el mundo homosexual y vastos sectores de la Iglesia, experimentaron una decepción más por un documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe que respondió –negativamente– a un “dubium” (duda) que se le había planteado: acaso la Iglesia dispone del poder para impartir la bendición a uniones de personas del mismo sexo.
Nos duele experimentar la falta de sensibilidad y empatía de un documento emanado del magisterio universal, precisamente cuando en su pontificado el Papa Francisco ha tenido una postura y ha dicho palabras mucho más empáticas con la cultura contemporánea, cuyo ethos predominante es corregir y reparar sus actitudes históricamente condenatorias de las personas homosexuales. Baste recordar, “quien soy yo para juzgar a un gay”. Nos preguntamos si los responsables de este texto serán conscientes de lo hiriente que resultó para los afectados.
Compartimos el dolor de los y las homosexuales y comprendemos que el texto del “responsum” (respuesta) les parezca una nueva condena a su orientación y a su derecho a ser bendecidos por Dios cuando, movidos por el amor, principal mandamiento evangélico, se disponen a comprometerse con la persona amada en un proyecto de vida que puede ser tan ejemplar y fecundo como los de cualquier pareja humana.
Por eso quisiéramos que su magisterio, el cual, en otros campos, como la moral social, ha sabido integrar los avances de la filosofía y las ciencias humanas para ofrecer su doctrina al mundo actual, lo haga igualmente en la moral sexual. Sin una renovación de la moral sexual y de las condiciones para celebrar los sacramentos y sacramentales, el Evangelio, la acogida y la misericordia de Jesucristo quedan impedidas de tocar las vidas de millones de personas, porque partimos condenándolas. Urge una nueva valoración de la homosexualidad, fundada en una mirada más amplia y un estudio profundo que considere, críticamente, desde luego, el pensamiento y las ciencias actuales. Es necesario, también, tratar a los católicos homosexuales como adultos en la fe e incorporarlos activamente en la búsqueda una visión renovada de su orientación sexual y un nuevo trato por parte de la Iglesia.
Creemos que la cultura actual nos obliga a tomar consciencia de nuestros prejuicios sobre la homosexualidad; si la psicología y la medicina han dejado de considerarla una enfermedad, ¿por qué la Iglesia no lo ha hecho? La distinción teórica entre homosexualidad y actos homosexuales, con la que el magisterio y el “responsum” confían evitar el sentimiento de descalificación de las personas homosexuales, no es recibida por ellas de ese modo. Al contrario, perciben que la integridad de la persona humana -espíritu encarnado- no resiste el razonamiento de que sea lícito bendecir individuos homosexuales, pero ilícito bendecir el amor que se tienen y expresan. Conociendo a muchas parejas homosexuales católicas que se aman, que con responsabilidad y generosidad deciden comprometer sus vidas ante Dios y formar una familia, creemos necesario que nuestra moral y nuestra liturgia respondan a su realidad de forma renovada. ¿No tienen ellas derecho a amar y construir un futuro con sus parejas, por tener una orientación sexual con la cual han nacido? ¿No son, como todos los bautizados, hijas e hijos de Dios que bendice el amor de quien se lo pide con fe?
Sabemos que hay profundizaciones bíblicas y teológicas pendientes y necesarias para avanzar en estos temas. Confiamos en que el camino sinodal, como el de la Iglesia en Alemania y en otros lugares, conserve la libertad para abordar este asunto, pero también que en nuestro propio medio eclesial de Chile seamos capaces de plantearnos, con serenidad y honestidad, nuestra doctrina y práctica pastoral con los homosexuales y todo el mundo LGTBIQ+. No lo piden sólo la cultura actual y las particulares circunstancias del país desde octubre de 2019: debiera ser también parte de la profunda renovación de nuestra Iglesia después de la grave crisis de los abusos que hemos vivido y sufrido en los últimos años.
Soñamos con una Iglesia más madre que jueza, más sonriente que normativa, más misericordiosa que doctrinal. Las periferias existenciales, como las llama el Papa Francisco, a las que aún pertenece el mundo LGTBIQ+ en la mayoría de nuestras sociedades, necesitan el Evangelio sin glosas y con prácticas que lo haga creíble. Sabemos que el Espíritu Santo actúa en la diversidad de nuestras convicciones y nos ayuda a recoger la parte de verdad que hay en cada una, cuando nos abrimos a una escucha mutua con respeto. Pero nunca podremos dar un abrazo a los y las homosexuales si llegamos con una coraza de condiciones, de requisitos de pureza o, peor aún, de condena. Es con ellos que quisiéramos recorrer la búsqueda de su plena pertenencia a la Iglesia y de la bendición de su vida entera.
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Reflexión publicada originalmente en la sección «Palabra de la Provincia» de la Congregación de los Sagrados Corazones. Ver aquí.