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Iglesia de Santiago: «El Pueblo de Dios pide volver a lo esencial»

Este artículo de reflexión, cuyo título original es "Presentación Informe de Síntesis de loas Jornadas de escucha y reflexión pastoral 2020", fue preparado por Marcelo Alarcón A. del Arzobispado de Santiago.

25 marzo, 2021
Tiempo de lectura: 8 minutos
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Como el autor indica, Marcelo Alarcón A. *, quien es Gestor de Formación de la Vicaría para el Clero del Arzobispado de Santiago, el texto que sigue corresponde a aspectos destacados del documento «Presentación Informe de Síntesis de las Jornadas de escucha y reflexión pastoral 2020» (ver aquí en PDF),  que fue fruto del trabajo de una comisión que revisó y organizó las reflexiones surgidas en los encuentros del segundo semestre de 2020. A ello, el autor ha agregado su opinión sobre la situación actual de la Iglesia de Santiago. Esto es lo que publicamos a continuación y que fue publicado originalmente en iglesiadesantiago.cl:

 

Presentación Informe de Síntesis de las Jornadas de escucha y reflexión pastoral 2020

Contexto

La Vicaría de Pastoral del Arzobispado de Santiago pidió a una Comisión de cinco integrantes la revisión y organización de las reflexiones surgidas en encuentros de escucha y reflexión realizados el segundo semestre de 2020 [1]. Participaron 1.082 personas y se consignaron 1.052 reflexiones (704 de laicos; 378 de consagrados) y 80 propuestas o solicitudes. La Comisión organizó dichas reflexiones y propuestas en 10 temas: a) Centralidad de Jesucristo y urgencia de los cambios; b) Evangelio inclusivo y social; c) Pueblo de Dios creyente, fiel y esperanzado; d) Estructuras, abusos y sinodalidad; e) Laicos, corresponsabilidad y rol de la mujer; f) Jóvenes; g) Clero; h) Conversión de toda la Iglesia; i) Palabra de Dios, Formación y Catequesis; j) Gratitud por los aciertos (en pandemia) [2].

La Comisión no elaboró líneas de trabajo, sino que ordenó las conversaciones. Lo prudente es darse tiempo de ¡leer todo! y formarse una opinión propia. “Esto nos invita a discernir desde lo personal y recién desde ahí discernir en comunidad”, dice un laico en las primeras líneas de los aportes y “Dios quiere decirle algo a la Iglesia de Santiago” dice un consagrado en las últimas.

A continuación, presento algunos aspectos destacados por la Comisión y luego una opinión propia sobre la situación actual de la Iglesia de Santiago.

Volver a lo esencial

En la lectura de los aportes se perciben –y conmueven– dos aspectos en particular. Primero, la claridad y determinación con que el Pueblo de Dios pide volver a lo esencial: Jesucristo y el Evangelio. 90 veces aparece la palabra Jesús o Cristo, acompañada de expresiones como “retomar”, “volver”, “recuperar”, “renovar-se” y, la Palabra de Dios, la liturgia y la caridad, son mencionadas como lugares preferenciales para este regreso a las fuentes. A ratos da la impresión de estar leyendo la carta que nos envió el papa Francisco en mayo de 2018 y cómo estamos en deuda con sus indicaciones [3].

El segundo aspecto es la atmósfera de esperanza que se observa en las personas: “Todo lo que yo he escuchado me ha llenado de gozo”, “Me siento muy contenta. ¡No estoy sola!” afirman laicos; “[siento] esperanza en un nuevo modo de asumir la realidad con mayor humildad”, dice un consagrado. Se equivoca quien piense que estas reflexiones surgen desde la desesperanza y la rabia. 30 veces aparece la palabra esperanza en el documento, en un 90% referidas a Dios, Jesús y la Iglesia. Por ello, no hay que confundir la desesperanza y malestar por procesos mal llevados o tareas incumplidas, con el ánimo de fondo que surge de la fe y la pertenencia eclesial.

Sí hay cansancio y desesperanza

Por cierto, sí hay desesperanza, malestar, dolores, que causan divisiones, odiosidades, daños, alejamiento de la Iglesia por parte de laicos o del ministerio por parte de sacerdotes. Entre los más sentidos están: la recuperación del rol profético público de la Iglesia; las heridas por los abusos y la forma como se han abordado; la petición de que se considere sinceramente la voz de laicos y consagrados para la reforma de la iglesia diocesana; la forma como se gobierna y planifica la pastoral y en general la vida eclesial; el clericalismo: “sacudirnos los títulos, bajarnos del pedestal y vivir la humildad”, afirman los consagrados, quienes reconocen que “la Iglesia es jerárquica, pero los métodos deben ser más horizontales, democráticos, sinodales”.

Estilo de trabajo

Ante la gravedad del diagnóstico, esta puede ser la ocasión para iniciar un estilo de trabajo distinto al que estamos acostumbrados con estos procesos. Suelen ser en su inicio amplios y participativos, avanzando escalonadamente hacia instancias más jerárquicas y menos representativas. Las reflexiones y propuestas amplias y diversas van pasando por grupos cada vez más pequeños, de menor representación eclesial, compuestos, si no en su totalidad, mayoritariamente por hombres y clérigos.

Esto acarrea dos problemas prácticos con serias consecuencias pastorales: pérdida de perspectivas, pues se trata de personas y grupos que ven la realidad de manera diferente, a veces radicalmente opuesta; y, en segundo lugar, problemas de información, pues las razones de la acogida o descarte de ideas y propuestas no es transparentada. El primer problema es más grave porque resta riqueza de aportes y perspectivas; el segundo es más un problema metodológico, pero entre ambos alimentan la sensación de no sentirse partícipes de los procesos y acrecientan la brecha entre el Pueblo de Dios y quienes toman decisiones. El resultado es un empobrecimiento del discernimiento y precariedad pastoral: pérdida de foco, falta de novedad y algo más grave que llamo “cisma blanco”: laicos –y consagrados– que, sintiéndose parte de la Iglesia, no conocen, ni entienden, ni adhieren a sus directrices y programas.

Un estilo nuevo supondría la participación de los diversos miembros del Pueblo de Dios, con una metodología que, sin olvidar la diversidad de ministerios y responsabilidades sea de participación mixta y así permita abordar los importantes dilemas planteados con mayor riqueza y sinodalidad.

Notas personales

Pérdida del rumbo

Las dificultades actuales no son responsabilidad exclusiva de esta generación de obispos, consagrados y laicos. Tienen ya 40-50 años y algunos creen que más. Tres generaciones de obispos donde, algunos, ungidos el día de su ordenación para que fueran “buen pastor de su santa grey” [4], han destinado más esfuerzos a cuidar la institución y a disputarse cuotas de poder. Tres generaciones de sacerdotes formados más como Cristo cabeza que como pastor y siervo, con la secuela de autoritarismo, abuso y de “mirar en menos” a los sacerdotes comunes que somos los laicos. Tres generaciones de laicos muchos de ellos pusilánimes, mal formados y con una fe infantil. El resultado es una crisis institucional y los cambios no pueden esperar “cuando se trata estructuras y sistemas infestados de mediocridad” [5]. Algunos parecimos olvidar que la Iglesia es sacramento de Cristo, pero el mundo es sacramento de Dios antes que la Iglesia y Cristo es luz del mundo y no de una institución, a menos que esta se reconozca parte de ese mundo salido de las manos de Dios. Si la Iglesia brilla, lo hace como la luna: por rebote, por reflejo. Por eso, el olvido de Cristo hace que la Iglesia pierda densidad sacramental, luz y rumbo.

Profetas de bienaventuranza

A pesar del duro momento eclesial, no quisiera ser un “profeta de calamidades”. Esos que denunció el bienamado papa Juan xxiii al inaugurar el Concilio. Aquellos y aquellas que ven en todo ruina y delito; expertos en anunciar tiempos de fatalidad, vociferando que este es el fin de la Iglesia. El papa bueno creyó hace 60 años que “la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones” y, con nuestra ayuda, nos encamina “al cumplimiento de planes superiores e inesperados; pues todo, aun las humanas adversidades, la providencia lo dispone para mayor bien de la Iglesia” [6]. Hago mía esa convicción del papa.

Elijo ser profeta de bienaventuranza, no de calamidades. Se suele decir que lo propio de un profeta es que anuncia el querer de Dios y denuncia lo que se le opone. Creo que eso es secundario, una consecuencia de algo que el profeta ha hecho antes: la experiencia de un Dios apasionado por su pueblo, por el ser humano y toda su creación y ha hecho suya la pasión de Dios [7]. Nadie como él tuvo en Israel una conciencia tan clara de que era Dios quien le hablaba; por eso puede decir con seguridad: “Oráculo del Señor”; “Palabra de Dios”; “Esto me hizo ver el Señor”. Invito a leer el documento de síntesis como “Oráculo del Señor” y extraer de ahí el crudo diagnóstico con humildad y pasión, para ser luego profetisas y profetas de bienaventuranza y no de calamidades.

Pacto de Santiago

El martes 16 de noviembre de 1965, un mes antes de que terminara el Concilio Vaticano II, 42 obispos –entre los cuales había algunos chilenos– entraron a las catacumbas de Santa Domitila en Roma, uno de los lugares donde los primeros cristianos enterraron a quienes dieron la vida por el nombre de Jesús. Celebraron la misa y, al final, firmaron allí un compromiso para vivir con mayor fidelidad –primero como cristianos y luego como obispos– el deseo de Jesús de una comunidad de discípulos, fraterna, justa, compasiva, especialmente con los pobres. El título de la declaración fue Pacto de las catacumbas de la Iglesia sierva y pobre y en sus palabras iniciales dice “nos colocamos frente a la Iglesia de Cristo […] en la humildad y la consciencia de nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza de que Dios nos quiere dar la gracia” [8].

Tal vez sea el momento de firmar el Pacto de Santiago de la Iglesia de Jesús, del Evangelio y de la gente, para que los hijos de nuestros hijos conozcan una comunidad apasionada por Jesús y por eso brille como luz para todos y todas. Y esto porque sus padres y sus madres asumieron esta crisis con arrojo, con fe y con amor. 40-50 años de extravío requerirán otros tantos para enmendar el rumbo, pero hoy podemos dar los primeros pasos.

 


* Marcelo Alarcón A. es licenciado en filosofía Universidad Católica de Chile, bachiller en teología por la misma universidad. malarconalvarez@gmail.com

1 Hna. Iris Inostroza, Patricia Catalán, Katya Soto, Jaime Huerta, Marcelo Alarcón.
2 Esta categorización es evidentemente subjetiva, aunque coincidan con ella una treintena de personas que han participado en el proceso. Podría, en efecto, ser diferente y reducirse, por ejemplo, a 5: a) Centralidad de Jesucristo, del evangelio (inclusivo y social) y necesidad de conversión; b) Palabra de Dios, catequesis y formación permanente; c) Abusos; d) Estructuras, personas y sinodalidad: laicos, mujeres, jóvenes, clero; e) Aprendizajes postpandemia.
3 Francisco. 2018. Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Chile. [consultado: 15-03-2020].
4 Ritual de ordenación episcopal.
5 Godoy, C. El discernimiento: un itinerario de vuelta a Jesús. La Revista Católica 1209: 57.
6 Juan xxiii. 1962. Solemne apertura del Concilio Vaticano II. Discurso de su santidad Juan xxiii. Jueves 11 de octubre de 1962.  [consultado: 18-03-2020].
7 Heschel, J. 1962. The prophets. Nueva York: Harper and Row.
8 Alarcón, M. (Ed.) 2011. Pacto de las catacumbas de la Iglesia sierva y pobre. [consultado: 18-03-2020].

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